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Ginebra: Primeras impresiones, tiendas y fondues

  • Foto del escritor: Alfredo Moya
    Alfredo Moya
  • 29 mar 2018
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 8 abr 2018

Suiza, cuyo nombre oficial es Confederación Helvética, es un pais situado en el centro de Europa, rodeado por los Alpes. Tiene una población de 8,5 millones de habitantes y su capital de facto es Berna. Aunque parezca mentira, es el 4º pais a nivel de PIB por habitante.

Este pais alpino, está dividido en 26 regiones, llamadas cantones, en cuyos se hablan cuatro idiomas diferentes: Alemán, Francés, Italiano y Romance.


Mi caso: Yo como Español, hablo Catalán, Castellano y de forma complementaria el Inglés; hace un par de años, empecé a estudiar el Francés en la Universidad, motivo por el cuál decidí que seria el Cantón de Ginebra el que iba a visitar, entre muchos motivos, porqué el idioma que se habla en dicha región es el Francés.

La Previa: Fueron necesarias menos de tres horas para que Vianell, una amiga del trabajo, y yo decidiéramos emprender rumbo a la cuna de la relojería y de las fondues. Reservamos los vuelos y escogimos el Hotel International&Terminus como "nuestra base de operaciones" durante esos tres dias por Ginebra.


24 de Noviembre, 11:00h a 30.000pies, aquí empieza todo. Sentado en el 16A de ese A320, pusimos rumbo a Suiza. Casas, praderas, puentes, colinas, lagos y montañas se apreciaban desde allí arriba con un denominador común: La nieve que les cubría.


Cuando por fin empezaba a conciliar el sueño en mi diminuto asiento, una voz en francés anunciaba algo, nuestro avión iniciaba el descenso a Ginebra, ya apreciable desde mi ventana con el impactante Jet d'Eau encendido en medio del Lago Lemán. Seguido de un suave aterrizaje, la tripulación de nuestro vuelo nos anunciaba la llegada con veinte minutos de antelación a nuestro destino: Bonjour messieurs passagers, bienvenue en Suisse.


Llegar a Ginebra fué relativamente fácil y rápido, el problema apareció una vez llegamos a la Gare de Cornavin, un estación central con 14 andenes, 150 tiendas y 18 salidas posibles hacia diferentes puntos de la ciudad, pues era la primera vez que viajaba al extranjero sin poder hacer uso del Roaming en mi teléfono. Arduos treinta minutos fueron necesarios para poder lograrlo y llegar a nuestro hotel, donde amablemente nos recibieron con una buena y una mala noticia: Hoy va a llover todo el día, pero el hotel les prestará paraguas durante su estancia.


15.00h, Rue des Alps, Ginebra. Estábamos listos para empezar a descubrir la ciudad y por suerte, el clima dió un giro inesperado, las nubes desaparecieron y el sol empezó a brillar con algo de intensidad.


Las primeras impresiones suelen ser las que más marcan, pues debo decir que las primeras que tuvimos al salir del hotel, no fueron especialmente buen

as, Ginebra es en parte similar a cualquier otra capital centroeuropea, pero... Eso cambió a los cinco minutos de llegar a la Rue de Mont-Blanc. Nos encontramos de frente con una feria navideña que se extendía a lo largo de toda esa avenida que se podría comparar a la Rambla de Cataluña en Barcelona. Se respiraba un buen ambiente, la gente andaba feliz y sonriente, charlando, comprando y/o tomando una taza de chocolate caliente.


Cuando vas de viaje, sueles tener prejuicios y/o llevas en tu mente ciertos estereotipos, entre otras cosas, de la apariencia de sus ciudadanos, pues nos llevamos una gran sorpresa. una mezcla de etnias caucásica, balcánica, árabe, asiática, mediterránea y africana, todos ellos paseaban de forma mezclada y en total armonía con la misma cara de felicidad, orgullosos de formar parte de la admirada y multicultural comunidad de Suiza.

Llegar a la Quai de Mont-Blanc fué espectacular; nos encontramos con un centro urbano totalmente diferente al de cualquier otra ciudad visitada hasta el momento. A nuestra izquierda, se extendía el Lago Lemán (el más grande de todo el país) y a nuestra derecha el corazón financiero de Suiza con todos los grandes bancos del país. Cruzamos el puente que conectaba las dos partes de la ciudad, donde hicimos nuestras primeras fotografías, con un objetivo muy claro: la Ginebra comercial, en la Rue de Rhone.


Durante el kilómetro que nos aguardaba el llegar al destino, pudimos contemplar l'Horloge Fleurie, un gran reloj encima un conjunto de flores, un gran sello distintivo de Ginebra, pues es la cuna de la alta relojería y de la precisión mecánica.


Da igual donde uno mirara, izquierda o derecha, no era necesario GPS alguno para saber que habíamos llegado a nuestro destino: la Rue de Rhone. Rolex, Omega, Hublot, Louis Vuitton, Prada, Montblanc, entre otras marcas, nos rodeaban en un ángulo de 360º y siempre acompañados por la banda sonora de los "fancy" Ferrari, Porsche y otros superdeportivos que rugían a lo largo de la avenida, era como trasladarse a Mayfair o a los Champs Elysées de Paris.

Ese paseo fué lo mismo que para Audrey Hepburn el desayunar con Diamantes, pues Vianell quiso hacer una pasada por Tiffany's, al igual que yo por Patek Philippe, cada loco con su tema...


Entrar en Tiffany's, fué algo que ambos nunca olvidaremos, entre tantas cosas que ella estuvo mirando de los distintos aparadores, a lo mismo que una asistente de la tienda se me acercó, de forma indiscreta y sigilosa, para comentarme que tipo de anillos de compromiso estaba buscando, mi reacción fue romper a reír. Ante mi reacción al comentar que eramos amigos, decidió hacerle la misma pregunta pero en este caso, directamente a ella, creando un ambiente de risa, difícil de calmar.


Dimos por finalizada nuestra ruta cuando nuestros estómagos empezaban a rugir, eran las 9 de la noche y nuestras cabezas ya sólo pensaban en llenar ese vacío.

Sabíamos de sobrar lo que queríamos cenar... Ambos sólo pensábamos en un mismo plato:

"Fondue: Es un plato típico de Suiza que consiste en sumergir con un pincho pequeñas rebanadas de pan, carne, verduras, etc en líquidos calientes como queso derretido, aceite o chocolate, en una pequeña olla de barro cocido o de hierro."



Nos informamos, preguntamos a los locales y a nuestro amigo TripAdvisor; finalmente, nos plantamos en frente de un Restaurante que parecía cerrado de buenas a primeras llamada Au Petit Chalet. Un fuerte olor/peste a queso, perfumaba todo el recinto de restaurante, en ese momento descubrimos que habíamos acertado de pleno con el sitio.


Los camareros vestian de chaqué, el ambiente era muy agradable hasta el momento en que apareció una gran olla de barro, con queso fundido y pan en su interior, y se acercaba a nuestra mesa...



Fue el momento de alzar las copas y brindar, soltando un frase que me acordaré toda la vida: Oye, quiero quedarme a vivir en Ginebra.

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Image by Marco Meyer

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  Artículo del blog  

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