Suiza I: Raclette a 2.500m en Verbier.
- Alfredo Moya
- 4 ago 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 18 ago 2022
Mi última visita al país helvético se remontaba a antes de la pandemia, supongo que el hecho de que sea el país más caro de Europa no te inspira a visitarlo, pero hacía tiempo que le hice una promesa a un buen amigo, Pierre, que estudió parte de la carrera conmigo en Barcelona y nativo del valle de Bagnes, Cantón de Valais.
Este 2022 ha sido el boom del turismo, todo el mundo se ha lanzado en masa a viajar y los precios se han disparado a cifras nunca jamás vistas, esperé a que bajaran un poco y compré los vuelos a Ginebra, tanto para la ida como para la vuelta.
04:30, Barcelona. Mi alarma estridente empieza a sonar, una ducha rápida para despejarse y un taxi esperándome a las 5:15 debajo de casa para poner rumbo al Aeropuerto.
Llegué a la Terminal 2C, dónde mi vuelo de Easyjet salía con algo de retraso, cosa que agradecí porque iba algo justo de tiempo; pasé el control de seguridad y puse rumbo a la puerta de embarque.
Me quedé dormido al instante y me desperté con el aterrizaje ya en suelo suizo. Unos increíbles 30 grados, cosa insólita allí, bajé del avión y puse rumbo a la Estación de Tren de Ginebra, dónde debía coger un tren hasta Montreux, ciudad dónde mi amigo Pierre me esperaba para seguir nuestro recorrido hasta el famoso pueblo de Verbier, lugar que alberga a familias reales, oligarcas y famosos de todo tipo quienes disfrutan de una buena esquiada en invierno y de la calma que brindan los alpes.
El tren es un verdadero privilegiado en suiza ya que ostenta la primera línea de mar y las vistas son increíbles durante todo el recorrido. Sorprendido por el retraso de 10 minutos de mi tren, dicen que Suiza es el país más puntual del mundo, llegue a la estación de Montreux, dónde alguien de 2,04m me esperaba listo para poner rumbo a los Alpes.
Café con hielo en mano, empezamos la ruta en coche subiendo todo el valle de Bagnes hasta llegar a la casa de los Dubosson, dónde conocí al padre de Pierre y maestro quesero de la zona; no os engaño, hace el mejor quedo de Raclette del mundo; no era consciente de lo que se venía a continuación...
En el tiempo de fumarme un cigarrillo, aparece Pierre con dos mountain-bikes y me dice: Hoy Alfredito vamos a hacer una raclette en la cima de los Alpes y subiremos hasta los 2.500 en bici.
Dicho y hecho, empezamos a subir montaña arriba con unas vistas que no dejan indeferente a nadie, viendo los chalets de todos los famosos, gente jugando al golf en las montañas, otros que simplemente caminaban por la montaña y todo el mundo saludándose y animando la subida, fue una pasada.

Llegamos a la cota 2.500m, dónde dejamos las bicicletas y llegamos a un prado dónde nos esperaba toda su familia y amigos y habían montado una barbacoa casera con un queso de 5kg de Raclette, vino blanco y cervezas al lado de un río con el agua casi congelada.
Entre vino y risas, probamos el famoso queso de Raclette, repetí cinco o seis veces de lo bueno que estaba, incluso a lo mejor fueron siete, no lo recuerdo.
Me contaron que en este tipo de comidas solía haber una sorpresa para el extranjero y a los pocos minutos lo descubrí, me cayó un cubo lleno de agua congelada por encima y se declaró la guerra de agua iniciada, fue una pasada.

A la que dieron las 7 de la tarde, recogimos la paradita y pusimos rumbo de nuevo a Verbier, dónde paramos a tomar y comer algo en el Pub Mont Fort, sitio de referencia del pueblo y donde se reune la gente para hacer el après-ski. Mi sorpresa fue el que varios de los camareros eran de habla hispana, de Uruguay y de mi querida Barcelona. Estuvimos tomando diferentes platos en formato tapa y cervezas hasta que dijimos, una siestecita y volvemos.
A la que dió la medianoche y después de descansar un poco volvimos con el objetivo de tomar unas copas ya que siempre hay música en directo. Pierre, local de Verbier, me dijo que probara el Shaker Valaisan, yo pensando que era un cocktail obviamente pedí dos... total que el barman se me presentó con dos cocteleras y varios vasos de chupitos y con el datáfono marcando 80 CHF = 85€, me quedé flipando al descubrir que era un tipo de: chupitos que te los sirves tu mismo. Cobró sentido el porque Suiza es tan caro...
Conocimos a mucha gente, invitamos a todo el mundo a chupitos y nos pusimos a cantar y bailar; hasta el punto en el que me retaron a bailar la Macarena y efectivamente, convencí a la banda para que tocaran el ritmo y yo al micrófono animando a todo el pub; fué una escena de película y que Pierre grabó jajajajjajaja (yo quiero borrarla de mi mente al verla), ¡que vergüenza!

Esa noche cerramos el pub y con algo de lluvia, volvimos a casa para descansar un poco, con para obligatoria en una panaderia y comer un típico pain au chocolat, ya que al día siguiente nos esperaban 2h 30m de coche hasta Nyon, Canton de Vaud, dónde nos esperaba Laurène, amiga nuestra del Erasmus para comer e ir de festival.
Antes de salir de Verbier, fuimos a visitar la Laiterie de Verbier, sitio donde su família elabora el preciado e increíble queso de raclette; no había visto tanto queso junto en toda mi vida... compramos un par de porciones de un kilo para mi vuelta a España y pusimos rumbo a la siguiente parada.
Lo más curioso, es que los albaricoques son muy típicos de la zona de Valais y Pierre me recomendó que compráramos una caja ya que son muy dulces y cuestan de encontrar en cualquier otra región del país.
Mi gran sorpresa fue que el hombre que regentaba la parada, un tal Agustine, en realidad se llamaba Agustí, nativo de Barcelona pero que emigró a Suiza hacía más de 60 años. Nos dejó probarlos y nos regalo un par de kg adicionales por el mero hecho de poder hablar su lengua nativa que hacía años que no hablaba.

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